Gisela Alarcón, Decana Facultad de Salud, Universidad Santo Tomás.
Claudio Castillo, coordinador de Campos Clínicos, Universidad de Santiago.
La vertiginosa lucha contra el coronavirus SARS-CoV2 -de reciente aparición, alta capacidad de
transmisión y generador de miles de víctimas fatales en pocas semanas-, ha llevado a que los
países opten por diversas estrategias, algunos con muy buenos resultados y otros llevándolos a un
desastre sanitario. La historia no se ha terminado de escribir y sobre la marcha se deben tomar
decisiones, nunca exentas de costos colaterales, que pongan la salud de la población como el gran
objetivo prioritario.
En Chile, la pandemia nos encontró en medio de un proceso de transformación social con serias
desconfianzas en instituciones y cuestionamientos a autoridades, junto con la aparición de una
avalancha de opiniones expertas, tanto en redes sociales y medios de comunicación como a través
de artículos de la comunidad científica, que se encuentran en pleno desarrollo. La población se ha
visto sometida a opiniones que un día son certezas apodícticas y a las horas o días se contradicen
con la misma certeza, se habla sobre lo que se “debe hacer” y sobre lo que “debió haberse hecho”
y se cuestionan liderazgos de organizaciones mundiales tradicionalmente reconocidas. Todo lo
anterior nos ha llevado a vivir en la incertidumbre.
¿Podemos tener algunas certezas?, por supuesto.
En primer lugar, la resiliencia de los sistemas de salud se pone a prueba en momentos críticos. Las
redes asistenciales se adaptan a un nuevo “estadio” sanitario, se prioriza el tipo de atención a
entregar, se fortalecen modelos según complejidad, se presiona fuertemente por una mejor
gestión de camas, sobre todo en el cuidado crítico. No obstante la necesidad del esfuerzo
hospitalario, es primordial fortalecer nuestra Atención Primaria de Salud. Será este primer nivel de
atención el que inexorablemente se hará cargo de resolver aquello que los hospitales deberán
desplazar para responder a los pacientes con COVID-19 más graves, del testeo rápido y efectivo a
nivel comunitario para evitar la propagación del virus, del control de personas con enfermedades
crónicas, de la hospitalización y cuidados en domicilio, por ejemplo. Es esperable que con el correr
de los días vayamos escuchando sobre estos puntos y no se olvide el rol que juega y jugará la
Atención Primaria de Salud.
Una segunda certeza, es que la protección al personal de salud es una condición absolutamente
necesaria para lograr ganar esta batalla. Sin la adecuada protección, de todos los equipos de salud
en todos los niveles de atención, definiendo según sus competencias, capacidades y riesgos
personales y sociales, cual es el mejor lugar para que ellos presten sus servicios, perderemos
nuestro mejor capital para ganarle a esta pandemia. En sus manos estará la salud de nuestra
familia, de nuestra comunidad, de nosotros mismos.
En tercer lugar, estamos ciertos que el desafío es gigante y el esfuerzo que se requiere es
proporcional. La resiliencia de los sistemas de salud, por muy bien que puedan desempeñarse en
esta crisis, no basta. No cumple su objetivo, si en conjunto con esto, las medidas de salud pública
para la mitigación o disminución de la transmisión viral no van en consonancia. Esto requiere un
tejido social sólido, abandonando el individualismo al que hemos estamos acostumbrados y
acostumbradas por tantos años. Justamente la crisis social y el proceso de transformación que
comenzamos a vivir el 18-0 fue gatillado por la necesidad de hacerse escuchar, de reclamar
derechos de muchos frente a la inercia y ganancia de unos pocos. ¿Qué cambios se necesitan?: Por
parte de la autoridad se necesita transparencia en la entrega de información, humildad en la
explicación del por qué y para qué se toman las decisiones, evitando las descalificaciones,
subordinando protagonismos, egos y réditos pequeños en función del bien superior, escuchando
con empatía las demandas de la comunidad y a sus representantes que aún cuentan con la
validación de las personas, lo que también aplica a cierta élite intelectual. Por parte de la
ciudadanía se necesita que efectivamente pondere la gravedad de la situación en la que estamos,
cumpla las medidas tomadas por la autoridad sanitaria, haga un uso correcto de la Red Asistencial
y nos cuidemos entre todos y todas.
Estamos a tiempo de restaurar la confianza suficiente para recuperar la tradición sanitaria chilena
que nos ha permitido abordar otras crisis, entendiendo que todos y todas debemos aportar a la
protección de la salud de nuestra población, especialmente de los que hoy viven en condiciones
de mayor vulnerabilidad, y para ello debemos fortalecer el rol de la Atención Primaria de Salud
(justificando una vez más que avancemos hacia un modelo de APS universal en el país).